1/1/08

«Le rompí el labio a mi madre porque no me planchó una camisa»

«Llegan madres completamente desesperadas, llorando y diciéndonos que ya no pueden con ellos. Y eso ocurre cuando ya no soportan más la situación, porque la primera reacción es ocultarlo, negar que están siendo víctimas de la violencia de sus propios hijos. Hay casos como el de un menor que le rompió el labio a su madre "porque la muy hija de puta", dijo, se negó a plancharle la camisa que quería ponerse esa noche para salir». Lo cuenta Ángel Rey, coordinador de Trama, una asociación sin ánimo de lucro por la que pasa la mayoría de los adolescentes denunciados por sus padres por malos tratos en el Principado.
Son los llamados «hijos tiranos», los protagonistas del síndrome del Emperador, un fenómeno social que se extiende, reconoce Rey, y, aunque nadie se atreve a ponerle número, el fiscal coordinador de menores de Asturias, Jorge Fernández Caldevilla, aporta un dato: «El año pasado, en la región se abrieron 24 expedientes por violencia doméstica y de género protagonizados por menores». Fernández Caldevilla reconoce, a falta del balance de este 2007 que concluye, que pueden sobrepasar los treinta. Pero los casos que se denuncian representan únicamente, según los expertos consultados, el diez por ciento del total, así que, según uno de estos especialistas, «la cifra real podría aproximarse a los 300 casos de maltrato en el Principado al año».
No extraña si se tiene en cuenta que en 2006 se contabilizaron en España alrededor de 6.000 denuncias, lo que significa que más de 6.000 adolescentes roban, zarandean, empujan, vejan, humillan, roban, insultan, intimidan o amenazan a sus padres, algunos incluso de muerte. Los torturan. Sin son chicas, optan más por la tortura psicológica; si son chicos, por el castigo físico. Cuando la violencia llega a la Comisaría o los Juzgados, la mayoría de los agresores tiene entre 15 y 17 años, aunque por el centro de menores dirigido por Rey en Oviedo ya han pasado pequeños maltratadores de 12 convertidos en auténticos tiranos que tienen aterrorizada a toda la familia. La última alarma saltó en la región el pasado día 20, cuando una gijonesa requirió ayuda policial después de que sus hijos, un chico de 17 y su hermana de 14, se negasen a ir a clase.
Un golpe del joven a su madre provocó que la fiscalía de menores abriese diligencias contra el menor. Era la culminación de una dolorosa historia de encontronazos que se remontaba tiempo atrás. «Todos los día me escriben o me llaman padres atemorizados como lo estaría esa madre por la violencia que recibe de sus hijos», explica Vicente Garrido, profesor de la Universidad de Valencia, consultor de Naciones Unidas y uno de los investigadores que más ha rastreado en las raíces del maltrato familiar. Autor de dos libros de referencia para muchos padres que sufren este problema -«Los hijos tiranos. El síndrome del Emperador» y «Antes que sea tarde, cómo prevenir la tiranía de los niños»- es el representante de una de las dos teorías mayoritarias para explicar cómo un joven llega a convertirse en un dictador dentro de casa: la primera pone el acento en la mala educación recibida y unos padres que compensan la falta de tiempo con una permisividad excesiva, la segunda, en los rasgos psicológicos de los menores, en la predisposición genética.
En esta línea, Garrido sostiene que «estos niños no son el producto de la permisividad de los padres. Se trata de una cuestión del temperamento con el que nacen, una cualidad de su forma de ser innata. Un niño malcriado puede ser un golfo, pero no ejercerá la amenaza, extorsión y violencia crónicas que son características del síndrome del Emperador». Son, defiende, pequeños con tres características fundamentales: poca capacidad afectiva, bajo sentido de la contención y un deseo muy persistente por obtener sus propósitos, es decir, una hiperfocalización en sus propias metas egocéntricas, que hace que todo lo que las obstaculice sea motivo de ira para él.
La profesora de Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo Amaia Bravo, especialista también en este tipo de maltrato, pone el acento, en cambio, sobre los patrones educativos y culturales que rodean a los agresores, «chavales que no tienen ninguna tolerancia a la frustración, que están acostumbrados a conseguir lo que quieren muy rápidamente y que tienen una gran falta de habilidades para resolver conflictos». Son, según Amaia Bravo, los hijos del «quiero esto y lo quiero ya».
Publicado en Lne.es por Azahara VILLACORTA

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