"La llegada de los menores extranjeros ha puesto en evidencia las deficiencias del Estado del Bienestar"
"Puedo enfadarme con ellos o castigarles, pero al final siento que tengo los bolsillos llenos de todo lo que me aportan". Como presidenta de la Asociación Marroquí para la Investigación y Tratamiento Sistémico de la Familia y otros Sistemas Humanos (AMRTS), Bargach lamenta que su presencia en el congreso sobre infancia y adolescencia levante tanta expectación. "No soy yo, por desgracia es el tema del que hablo, menores inmigrantes", sentencia.
¿Qué les impulsa a estos menores a abandonar su país?
No se trata de abandonar. Son personas que provienen de una ecología perturbada. Son refugiados ambientales, los nuevos esclavos del Tercer Milenio. No tienen alternativa porque sus familias están privadas de todo tipo de instrumentos para acompañarles, no sólo el económico, también social o cultural.
¿Cómo perciben la realidad que se encuentran aquí?
Es verdad que nosotros somos países que no sabemos qué es la democracia, pero en Europa hay una necesidad de democratizar la democracia. En Canarias, por ejemplo, hay señoras que están en las puertas de los centros a donde van a trasladar a unos menores subsaharianos en estado de estrés postraumático y les gritan: '¡Aquí no los queremos!' La llegada de esos menores ha puesto en evidencia las deficiencias del Estado del Bienestar. Las familias mandan a sus hijos porque creen que aquí van a estar a salvo, en una sociedad donde existe una hipertrofia de los derechos de los niños. El hijo parte con la mochila cargada de las expectativas de su familia, se hace pseudoadulto y, cuando llega aquí, se encuentra con una violencia mayor porque le transforman en objeto.
¿La sociedad le puede llegar a anular como persona?
Hay dos tipos de visibilidad. Tomar al menor como persona o sujeto con una historia pasada, presente y futura. O puedo tratarle como objeto, adoptar un lenguaje alarmista y destruir sus referencias socioculturales. No se tiene en cuenta sus emociones ni sus sueños.
¿Cómo le influye al menor que la sociedad le convierta en un simple número?
Le descoloca, no entiende cómo siendo menor sociedades altamente desarrolladas no saben qué hacer con él. Le crea una desconfianza y un resentimiento que continuará de adulto y puede que desarrolle síntomas defensivos como delincuencia, depresiones o sobreadaptación. Buscará adaptarse por encima de todo, sin permitirse el lujo de vivir como un menor. Cuando los menores normales crean problemas es porque se sienten con un derecho de pertenencia. Pero ellos crean esa relación falsa y cualquier cosa que planificas sobre él no tiene validez.
¿Qué lectura hace del actual modelo de atención basado en los centros de acogida?
Prefiero hablar de alternativas. El menor sufre una ruptura de los tres pilares de su equilibrio: el mundo socioambiental, el sistema familiar y la escuela. Es como una caída al vacío. Por eso, los centros deben asumir la función de alternativas. Ser como su familia, no sustituirla. El centro debe darle una educación especial, convertirse en su autoridad moral y ser el referente adulto. De ese modo, el menor, por primera vez, creará un tejido social de pertenencia, aunque sea transitorio.
Hace un mes en Tolosa se vivió un caso de violencia de los menores hacia sus cuidadores. ¿Los profesionales están lo suficientemente preparados para afrontar las realidades de estos jóvenes?
Cuando uno organiza un centro y pone a los profesionales en la boca del cañón, hay que protegerles la espalda. Deben tener una educación específica continuada y espacios de supervisión. Trabajar en contextos de riesgo social es muy duro, pero interesante. Además, los terapeutas no lo hacemos por los menores, sino porque es nuestra vergüenza. Yo me taparía la cara si en la ciudad en la que vivo (Tetuán), donde conviven una sinagoga, una mezquita y una iglesia, un día saliera en la tele un loco arrojando piedras a la sinagoga. Me taparía la cara porque sentiría vergüenza ver cómo destrozan los valores en los que he crecido.
¿Hay discriminación entre las diferentes procedencias de los inmigrantes?
Eso es una mentira, y se debe a la visión de cosificación que hacemos. Así establecemos categorías: los argentinos son muy creídos y las ecuatorianas llevan ropa de tres tallas menos, por ejemplo. Yo decido la perspectiva. Entre ellos, dentro de la marginación, se crean conflictos y se mantienen, porque nadie sale del cerco para cuestionar esa definición que viene de fuera. Pero si coges a un marroquí y le das un buen trabajo donde cree una identidad, no lo podrás distinguir de un español.
¿Qué papel juega la escuela en esa socialización?
Tiene un trabajo reparador. La ventaja de la escuela es la posibilidad de reforzar la identidad de pertenencia a un grupo de pares. Un niño perdido al que le falla todo creará una identidad entre sus compañeros y con un adulto de referencia. Es el espacio de integración por excelencia del que no podemos pasar. Pero ponemos excusas como el idioma. Decimos que reciben clases de castellano y, en lugar de eso, los dejamos en la ambigüedad total.
¿Qué pasará con estos menores excluidos cuando se hagan adultos?
El devenir no importa. La complejidad radica en que son niños de doble pertenencia. Yo tengo que hacer una mediación para que estén mínimamente bien atendidos, sin ser su familia ni defender la bandera de aquí o allí. Pondré cosas útiles en su mochila que le sirvan para que luego decida si se queda o regresa a su país. El futuro es la interculturalidad. No el estado puro de las culturas, sino la interactividad de influenciarnos los unos a los otros.
¿Qué les impulsa a estos menores a abandonar su país?
No se trata de abandonar. Son personas que provienen de una ecología perturbada. Son refugiados ambientales, los nuevos esclavos del Tercer Milenio. No tienen alternativa porque sus familias están privadas de todo tipo de instrumentos para acompañarles, no sólo el económico, también social o cultural.
¿Cómo perciben la realidad que se encuentran aquí?
Es verdad que nosotros somos países que no sabemos qué es la democracia, pero en Europa hay una necesidad de democratizar la democracia. En Canarias, por ejemplo, hay señoras que están en las puertas de los centros a donde van a trasladar a unos menores subsaharianos en estado de estrés postraumático y les gritan: '¡Aquí no los queremos!' La llegada de esos menores ha puesto en evidencia las deficiencias del Estado del Bienestar. Las familias mandan a sus hijos porque creen que aquí van a estar a salvo, en una sociedad donde existe una hipertrofia de los derechos de los niños. El hijo parte con la mochila cargada de las expectativas de su familia, se hace pseudoadulto y, cuando llega aquí, se encuentra con una violencia mayor porque le transforman en objeto.
¿La sociedad le puede llegar a anular como persona?
Hay dos tipos de visibilidad. Tomar al menor como persona o sujeto con una historia pasada, presente y futura. O puedo tratarle como objeto, adoptar un lenguaje alarmista y destruir sus referencias socioculturales. No se tiene en cuenta sus emociones ni sus sueños.
¿Cómo le influye al menor que la sociedad le convierta en un simple número?
Le descoloca, no entiende cómo siendo menor sociedades altamente desarrolladas no saben qué hacer con él. Le crea una desconfianza y un resentimiento que continuará de adulto y puede que desarrolle síntomas defensivos como delincuencia, depresiones o sobreadaptación. Buscará adaptarse por encima de todo, sin permitirse el lujo de vivir como un menor. Cuando los menores normales crean problemas es porque se sienten con un derecho de pertenencia. Pero ellos crean esa relación falsa y cualquier cosa que planificas sobre él no tiene validez.
¿Qué lectura hace del actual modelo de atención basado en los centros de acogida?
Prefiero hablar de alternativas. El menor sufre una ruptura de los tres pilares de su equilibrio: el mundo socioambiental, el sistema familiar y la escuela. Es como una caída al vacío. Por eso, los centros deben asumir la función de alternativas. Ser como su familia, no sustituirla. El centro debe darle una educación especial, convertirse en su autoridad moral y ser el referente adulto. De ese modo, el menor, por primera vez, creará un tejido social de pertenencia, aunque sea transitorio.
Hace un mes en Tolosa se vivió un caso de violencia de los menores hacia sus cuidadores. ¿Los profesionales están lo suficientemente preparados para afrontar las realidades de estos jóvenes?
Cuando uno organiza un centro y pone a los profesionales en la boca del cañón, hay que protegerles la espalda. Deben tener una educación específica continuada y espacios de supervisión. Trabajar en contextos de riesgo social es muy duro, pero interesante. Además, los terapeutas no lo hacemos por los menores, sino porque es nuestra vergüenza. Yo me taparía la cara si en la ciudad en la que vivo (Tetuán), donde conviven una sinagoga, una mezquita y una iglesia, un día saliera en la tele un loco arrojando piedras a la sinagoga. Me taparía la cara porque sentiría vergüenza ver cómo destrozan los valores en los que he crecido.
¿Hay discriminación entre las diferentes procedencias de los inmigrantes?
Eso es una mentira, y se debe a la visión de cosificación que hacemos. Así establecemos categorías: los argentinos son muy creídos y las ecuatorianas llevan ropa de tres tallas menos, por ejemplo. Yo decido la perspectiva. Entre ellos, dentro de la marginación, se crean conflictos y se mantienen, porque nadie sale del cerco para cuestionar esa definición que viene de fuera. Pero si coges a un marroquí y le das un buen trabajo donde cree una identidad, no lo podrás distinguir de un español.
¿Qué papel juega la escuela en esa socialización?
Tiene un trabajo reparador. La ventaja de la escuela es la posibilidad de reforzar la identidad de pertenencia a un grupo de pares. Un niño perdido al que le falla todo creará una identidad entre sus compañeros y con un adulto de referencia. Es el espacio de integración por excelencia del que no podemos pasar. Pero ponemos excusas como el idioma. Decimos que reciben clases de castellano y, en lugar de eso, los dejamos en la ambigüedad total.
¿Qué pasará con estos menores excluidos cuando se hagan adultos?
El devenir no importa. La complejidad radica en que son niños de doble pertenencia. Yo tengo que hacer una mediación para que estén mínimamente bien atendidos, sin ser su familia ni defender la bandera de aquí o allí. Pondré cosas útiles en su mochila que le sirvan para que luego decida si se queda o regresa a su país. El futuro es la interculturalidad. No el estado puro de las culturas, sino la interactividad de influenciarnos los unos a los otros.
PUBLICADO POR ANA URSULA SOTO EN www.noticiasdealava.com
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