La casa San José, de la Hermandad del Refugio, acoge a los menores inmigrantes tutelados por la DGA
El personal asegura no entender las críticas vertidas por el Colegio de Educadores Sociales de Aragón y la Asociación de Solidaridad y Apoyo a los Presos de Aragón (Asapa), que han denunciado que no hay libertad religiosa ni programa educativo.
De África a Zaragoza en un viaje que puede calificarse de cualquier modo menos fácil. En camión o cayuco muchos adolescentes buscan llegar a España como si fuera la tierra prometida. Al ser detectados, acaban bajo la tutela del Gobierno de Aragón, que los remite a dispositivos de acogida como la casa San José, de la Hermandad del Santo Refugio.
Rodeado de huertas y situado en en la zona zaragozana de Montemolín, este edificio acoge actualmente a 20 chavales menores de edad con historias de pobreza y desarraigo a sus espaldas. Todos ellos del África subsahariana o de la zona del Magreb. "Cuando llega un chico nuevo comenzamos con el proceso: se les empadrona, se administran las vacunas necesarias y se comprueba su estado de salud", explica Natividad Navarro, una de las educadoras sociales del centro.
A partir de entonces comienza un proceso de adaptación que tiene una máxima principal: Respeto para sí mismos y para los demás. "A cada uno se le hace un seguimiento personalizado", asegura Natividad. Para conseguirlo, doce personas están empleadas en la casa, entre ellas Mamadou Ndiaye, un traductor senegalés que ayuda a los adolescentes a entender y hacerse comprender antes de que aprendan el castellano.
Cada educador social lleva a tres chicos. El programa de actividades es diferente para cada uno de ellos, aunque el objetivo principal es que los chavales aprendan un oficio para, al cumplir la mayoría de edad, poder introducirse en el mercado laboral.
Para ello se les imparte clases de español y acuden a cursos sociolaborales. Es el caso de Massamba, un chaval de 17 años que pasó un mes y medio viajando en cayuco desde su Senegal natal hasta Canarias. Quiere ser soldador y cobrar un sueldo para poder enviar dinero a su familia. "Por las mañanas voy a clase para aprender el oficio y por las tardes tenemos cursos de español e informática. Cuando pueda trabajar podré ayudar a mi gente mandándoles dinero", relata. Durante el resto del tiempo, hasta las nueve de la noche que deben volver a la casa, tienen tiempo libre. "Jugamos con los demás, vemos la tele...", indica entusiasta el joven.
También asisten a charlas para familiarizarse con la cultura española. "Se suelen adaptar bien, pero al principio cuesta. Hay que tener en cuenta que no vienen a España con la idea de estar en una casa de acogida, sino de trabajar y poder ayudar a sus familias. Además, no están acostumbrados a que se les trate así", asegura la educadora social. Y es que la televisión enseña a estos chavales un mundo inalcanzable en sus países de origen. Para ellos, relata el personal de la casa San José, es importante poder tener cosas concretas, como unas zapatillas de marca o un reproductor mp3.
De hecho, muchos ahorran para conseguirlo, ya que algunos son becados por los propios centros sociolaborales y todos ellos cuentan también con una propina semanal para afrontar gastos personales. "Esto es como una casa normal, los chavales hacen su vida y disponen de dinero para tomarse un refresco y para hacer vida social", asegura Natividad Navarro.
En este afán de normalización, se les trata de inculcar también la colaboración en tareas de limpieza. "Comienzan a desayunar a partir de las seis y media de la mañana, normalmente con la cama hecha. Se les enseña que deben mantener su habitación limpia, a plancharse su ropa", explica Encarna Surroca, la gobernanta de las instalaciones.
También reciben dinero para llamar por teléfono a sus familias y un bono de autobús urbano. Al ser en su mayoría musulmanes, no comen cerdo, hecho que se ha tenido que tener en cuenta a la hora de la preparación del catéring. A pesar de todo, reconocen, a veces hay problemas. "Al fin y al cabo se trata de adolescentes y hay que tener en cuenta que esta casa nació de cero", indica.
Al mostrar las instalaciones, el personal asegura no entender las críticas vertidas por el Colegio de Educadores Sociales de Aragón y la Asociación de Solidaridad y Apoyo a los Presos de Aragón (Asapa), que han denunciado que no hay libertad religiosa ni programa educativo. "No lo comprendemos, pero no vamos a entrar al trapo. Cumplimos escrupulosamente la ley porque no podríamos hacerlo de otra forma", indica el gerente , Adolfo Alonso.
Precisamente, la hermandad está ahora en conversaciones con la DGA para renovar el concierto y pedir que se mejore económicamente. "Este último año nos va a costar dinero", asegura Alonso.
Y, mientras las negociaciones se desarrollan, Mbaye, un senegalés de 17 años, continuará acudiendo a clases. Su objetivo: ser fontanero y emanciparse cuando cumpla los 18 años.
Rodeado de huertas y situado en en la zona zaragozana de Montemolín, este edificio acoge actualmente a 20 chavales menores de edad con historias de pobreza y desarraigo a sus espaldas. Todos ellos del África subsahariana o de la zona del Magreb. "Cuando llega un chico nuevo comenzamos con el proceso: se les empadrona, se administran las vacunas necesarias y se comprueba su estado de salud", explica Natividad Navarro, una de las educadoras sociales del centro.
A partir de entonces comienza un proceso de adaptación que tiene una máxima principal: Respeto para sí mismos y para los demás. "A cada uno se le hace un seguimiento personalizado", asegura Natividad. Para conseguirlo, doce personas están empleadas en la casa, entre ellas Mamadou Ndiaye, un traductor senegalés que ayuda a los adolescentes a entender y hacerse comprender antes de que aprendan el castellano.
Cada educador social lleva a tres chicos. El programa de actividades es diferente para cada uno de ellos, aunque el objetivo principal es que los chavales aprendan un oficio para, al cumplir la mayoría de edad, poder introducirse en el mercado laboral.
Para ello se les imparte clases de español y acuden a cursos sociolaborales. Es el caso de Massamba, un chaval de 17 años que pasó un mes y medio viajando en cayuco desde su Senegal natal hasta Canarias. Quiere ser soldador y cobrar un sueldo para poder enviar dinero a su familia. "Por las mañanas voy a clase para aprender el oficio y por las tardes tenemos cursos de español e informática. Cuando pueda trabajar podré ayudar a mi gente mandándoles dinero", relata. Durante el resto del tiempo, hasta las nueve de la noche que deben volver a la casa, tienen tiempo libre. "Jugamos con los demás, vemos la tele...", indica entusiasta el joven.
También asisten a charlas para familiarizarse con la cultura española. "Se suelen adaptar bien, pero al principio cuesta. Hay que tener en cuenta que no vienen a España con la idea de estar en una casa de acogida, sino de trabajar y poder ayudar a sus familias. Además, no están acostumbrados a que se les trate así", asegura la educadora social. Y es que la televisión enseña a estos chavales un mundo inalcanzable en sus países de origen. Para ellos, relata el personal de la casa San José, es importante poder tener cosas concretas, como unas zapatillas de marca o un reproductor mp3.
De hecho, muchos ahorran para conseguirlo, ya que algunos son becados por los propios centros sociolaborales y todos ellos cuentan también con una propina semanal para afrontar gastos personales. "Esto es como una casa normal, los chavales hacen su vida y disponen de dinero para tomarse un refresco y para hacer vida social", asegura Natividad Navarro.
En este afán de normalización, se les trata de inculcar también la colaboración en tareas de limpieza. "Comienzan a desayunar a partir de las seis y media de la mañana, normalmente con la cama hecha. Se les enseña que deben mantener su habitación limpia, a plancharse su ropa", explica Encarna Surroca, la gobernanta de las instalaciones.
También reciben dinero para llamar por teléfono a sus familias y un bono de autobús urbano. Al ser en su mayoría musulmanes, no comen cerdo, hecho que se ha tenido que tener en cuenta a la hora de la preparación del catéring. A pesar de todo, reconocen, a veces hay problemas. "Al fin y al cabo se trata de adolescentes y hay que tener en cuenta que esta casa nació de cero", indica.
Al mostrar las instalaciones, el personal asegura no entender las críticas vertidas por el Colegio de Educadores Sociales de Aragón y la Asociación de Solidaridad y Apoyo a los Presos de Aragón (Asapa), que han denunciado que no hay libertad religiosa ni programa educativo. "No lo comprendemos, pero no vamos a entrar al trapo. Cumplimos escrupulosamente la ley porque no podríamos hacerlo de otra forma", indica el gerente , Adolfo Alonso.
Precisamente, la hermandad está ahora en conversaciones con la DGA para renovar el concierto y pedir que se mejore económicamente. "Este último año nos va a costar dinero", asegura Alonso.
Y, mientras las negociaciones se desarrollan, Mbaye, un senegalés de 17 años, continuará acudiendo a clases. Su objetivo: ser fontanero y emanciparse cuando cumpla los 18 años.
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