19/6/07

Una familia de diez miembros y cinco educadores que residen en El Natahoyo

Dos de los 10 menores subsaharianos que llegaron de Canarias ya han conseguido empleo
Sus vidas no han sido sencillas y en sus ojos se revela la ilusión de quienes han conseguido, de momento, sólo un poco de lo que han venido a buscar. El Hogar de San José es su casa desde octubre de 2006, cuando el Gobierno les trasladó desde Canarias, adonde llegaron en cayucos huyendo de la pobreza. Sus familias y su infancia se quedaron en Senegal, Guinea Conakry, Mali y Gambia, y ahora, en Gijón, han empezado una nueva vida con un objetivo principal: trabajar. Saben que no es fácil, pero están en el camino. Los 20 menores inmigrantes que llegaron a Gijón en octubre y febrero están divididos; diez viven en el Hogar y otros diez en un piso de Tremañes.

Dos de ellos ya han conseguido trabajo y otros dos están a punto; Ibou Laye como encofrador y Mamadou Barry como electricista. Para desempeñar esos empleos se han estado preparando, haciendo cursos de inserción profesional (FIP) o en centros educativos especializados. «Generalmente escogen profesiones relacionadas con la construcción o el metal», explica Marga López, una de los cinco cuidadores que tienen y que, junto con el mediador cultural, nunca los dejan solos.

Pero nada en la vida de estos chicos es fácil. Para trabajar necesitan la documentación y conseguir el NIE (número de identificación de extranjero) requiere «pelearse» con la burocracia, «la de sus países y la de aquí. Y al final, eso es tiempo», comenta López; pero una vez conseguida, la ambición de estos chicos no tiene límite. Sin esa documentación no pueden acceder a la formación de grado medio, pero muchos, cuando la tengan, «ya han dicho que están dispuestos a trabajar y estudiar a la vez. Y te aseguro que no se les pone nada por delante», sonríe Marga López. Los que trabajan con ellos a diario alaban su capacidad de sacrificio. «Los profesores y los empresarios están encantados.

Dicen que es una maravilla trabajar con ellos. Al principio, sobre todo en los centros, algunos responsables tenían cierto miedo porque la barrera del idioma hacía las cosas más difíciles, pero se han adaptado genial». Al menos eso es lo que se ve, aunque los cuidadores son conscientes de que la procesión va por dentro. «Sabemos que es duro. Ellos no se quejan de nada, nunca, pero entendemos que tiene que ser complicado», dice. Son las cinco y media de la tarde y cinco de los diez chicos que viven en el Hogar están en la hora de los deberes. «Se termina a las seis», explican, pero hasta entonces leen y, sobre todo, aprenden castellano. «Es difícil», dice Ibou, que lee un libro con gran soltura pese a que él llegó a Gijón en febrero. Él y Mamadou -que están en un curso formativo- tendrán clase todo el verano, pero para los otros tres, que cursan la ESO, la escuela ya ha terminado. Djibi Nadiaye, Maguett Boye y Abdou Karim se plantean su primer verano en la ciudad. «Iremos a la playa a nadar», dicen, aunque Abdou sabe que tendrá que estudiar duro para aprobar la única que ha suspendido: Inglés.

El deporte es una de sus grandes aficiones. Durante el invierno todos practican algún deporte y entrenan casi a diario y, además, son socios del Sporting, así que a veces van al Molinón. «Somos sportinguistas», dicen con un especial acento y, eso sí, del «Barça. Sólo hay dos del Madrid en la casa», sonríen.

Un día duro Cada mañana se levantan temprano para ir a clase, pero ellos, además, son los responsables de su casa. Hacen las tareas domésticas y los fines semana y durante las vacaciones también cocinan su comida. «Hay un presupuesto para la casa que hay que administrar para hacer la lista de la compra y cumplir con los menús que se elaboran», explica López. Equilibrados porque si de Maguett dependiera siempre se comería lo mismo, «tortilla». «Me encanta. Eso y el tiebudieum», un plato típico de Senegal que «es arroz con pescado». Cuando vuelven de clase hacen sus tareas, la compra, entrenan y hacen los deberes. «Dos horas diarias, como mínimo».

Después, salen a pasear. «Tienen la tarjeta ciudadana, así que algunos de ellos cogen bicicletas para dar una vuelta», comenta Marga López, en cuya habitación cuelga una enorme pizarra con las actividades pendientes para estos días. «El sábado irán a Cogersa para que vean lo que es el reciclaje». Y el viernes, «al concierto» de Poniente, recuerda Maguett. Si una palabra destaca en su vocabulario es «trabajo». A algunos no les importaría quedarse en Asturias. Otros, como Ibou, piensan en ir a Barcelona. Lo que tienen claro es que irán «donde se pueda trabajar», dice Maguett. «Donde se gane más dinero», remata Djibi. Esfuerzo, de su parte, no va a faltar nunca.

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